martes, 17 de noviembre de 2009

Debilidades humano-urbanas.



Era el otoño de 1998, es decir, hace once años.
Un domingo a la mañana, abro la ventana de mi dormitorio que da a la calle, y veo sobre el césped de la vereda, junto al árbol, una caja de zapatos, diría, sospechosa. Salgo a la calle y la abro. Era lo que suponía, dos cachorritos abandonados. Tapé la caja con estupor! Entré a la casa y no comenté nada, aprovechando que todos dormían todavía.
Preparé el mate y desperté a mi señora, charlamos un rato, luego se levantó y empezó a cocinar, como todos los domingos, pues, esperábamos visitas.
Cuando se levantaron los chicos, inevitablemente, salieron a la calle, vieron la caja y ahí empezó la tironeada.
PERROS EN MI CASA, NO!!.Esa era mi posición. Y no era que no me gustaran, los perros. Sólo que dentro de mis pretensiones, se encontraba tener algún día, un perro de raza, que me diera status, ante mis compañeros, vecinos, etc.
Pasó ese día con mis invitados amigos, se comentó algo en la mesa, pero sin mayor importancia.
El lunes fui a trabajar y así toda la semana. El sábado a la mañana cuando desperté, un poco mas tarde, ya que no trabajaba, oí unos pequeños lloriqueos, que provenían de la pieza de mis hijos. Me acerqué sigilosamente, ellos dormían. Pude ver con rabia que tenían uno de los cachorros, escondido, en un lugarcito, acondicionado con un cubrecamas viejo. Me retiré del lugar, tratando de no hacer ruido, un poco vergonzoso. Es que habían obrado a mis espaldas.
Lo que sigue, ya no está tan grabado en mi mente. Todo sucedió de tal manera que no
puedo manejar los tiempos.
Mi señora empezó a sentir dolores, que empezaron a ser intensos, cuando fuimos al médico, ya no había nada que se podía hacer. Le diagnosticaron tres meses de vida, que los conté, uno a uno, pero alcanzaron a seis. Ella falleció.
Me quedé viviendo con mis dos hijos, por unos cuantos años más. Se pusieron grandes.
Mi hija, terminó el secundario y se casó. El varón mayor que ella, consiguió una beca en Brasil y se quedó a vivir allá, por ahora.
La casa quedó grande.
El cachorrito de antes, ahora es un perro adulto, de pelaje corto, negro.
Reconozco que en los días de duelo que siguieron al fallecimiento de Herminia, mi señora, varias veces, dormí en el living, para no usar la cama matrimonial, que  hacía que la extrañara más. Sentado en el sillón, Toro, como apodamos al perro, se acomodaba, en la alfombra, a mis pies. Fue ahí que empecé a tomarle mayor aprecio. Su incondicional lealtad, como si entendiera la situación, hizo que empezara yo ,un viejo duro, a darle de comer, a preocuparme porque no le faltara el agua, etc.
Hoy, y hace varios años ya, compartimos nuestra soledad, nuestros abandonos. Suelo en las noches de sábado, a la nochecita, servirme un vaso de vino, con un pedacito de queso azul, mientras miro la televisión. Toro a mis pies,  comparte el queso y el pan, y los programas de televisión.
Que distinto está todo. Cuando llego de trabajar, siempre está tras la puerta, esperándome, me mueve la cola y me ladra para recibirme.
Y que distinto estoy yo, como me cambió la vida! Toro, sin ser de raza, es la mejor mascota del mundo!

                                                     Cuento corto, de un acontecer, terriblemente urbano.

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